El Valle de Kadim (卡定沟) es el único lugar turístico en el Tíbet donde el paisaje natural se combina con una formación rocosa en forma de una estatua de Buda esculpida por la naturaleza misma. Una imponente cascada cae desde la ladera de la montaña con una caída vertical de aproximadamente 200 metros, creando un […]
El Valle de Kadim (卡定沟) es el único lugar turístico en el Tíbet donde el paisaje natural se combina con una formación rocosa en forma de una estatua de Buda esculpida por la naturaleza misma. Una imponente cascada cae desde la ladera de la montaña con una caída vertical de aproximadamente 200 metros, creando un espectáculo sobrecogedor. Durante la temporada de lluvias, el caudal es abundante y potente; en la temporada seca, el flujo es más tenue, pero igualmente encantador.
La llamada “Cascada del Buda Celestial” recibe su nombre por una imagen natural de un Buda formada en la roca junto a la cascada. Los rasgos faciales del Buda son claramente visibles, flanqueados por dos deidades guardianas —una masculina y otra femenina— que añaden un aire sagrado al lugar. A la derecha se encuentra la guardiana femenina Beidrelam, de más de 100 metros de altura. Se puede distinguir su velo, el cinturón de seda y el rosario en sus manos —una figura sorprendentemente realista. A la izquierda aparece Ji Gong rindiendo homenaje al Buda, representado con igual nivel de detalle.
“Kadim” significa “paraíso terrenal” en tibetano. Las montañas aquí se elevan abruptamente hacia el cielo, formando un típico paisaje de cañón con picos escarpados, rocas singulares y árboles centenarios. En el Valle de Kadim, no solo se admira el valle o la cascada, sino las piedras mismas: águilas ocultas en las cumbres, divinidades esculpidas en los acantilados. Piedras que parecen haber sido transformadas en seres divinos. De cerca, son simplemente rocas; de lejos, parecen seres sagrados.
Aunque las montañas no son muy altas, el color de las rocas recuerda al del monte Tai (Taishan) en China. A simple vista, el valle y la montaña pueden parecer modestos, pero en realidad es uno de los principales destinos turísticos de la ciudad de Nyingchi, clasificado como atracción nacional de nivel 4A. La concentración de oxígeno en el aire es alta, lo que convierte este lugar en un “bar natural de oxígeno”, ideal para los viajeros que se enfrentan por primera vez a la altitud del altiplano tibetano.
En el Tíbet, montañas como las de Kadim son consideradas como seres vivos con alma. Por eso, albergan leyendas, deidades e historias sagradas. En octubre, durante el otoño profundo, antes de la llegada del invierno, el Tíbet alcanza su máxima belleza: montañas majestuosas, aguas cristalinas, bosques frondosos, cielos infinitos, senderos tranquilos —y sobre todo, la cálida hospitalidad del pueblo tibetano. La naturaleza, esculpida por el tiempo, se convierte en el espejo de los deseos humanos, y simboliza la armonía entre el ser humano y la tierra.
Al mirar en silencio los acantilados del Valle de Kadim, las vetas de las rocas parecen cobrar vida. Figuras de Buda y divinidades emergen ante tus ojos, entrando en lo más profundo de tu ser. Solo unos minutos de meditación bastan para liberarte del estrés de la vida urbana.
Y si has venido a contemplar las montañas, no puedes perderte el agua. El punto culminante del parque es la Cascada del Buda Celestial, con sus casi 200 metros de caída. En época de lluvias, ruge con fuerza. En invierno, fluye como una cortina plateada, deslizándose suavemente por el acantilado. El agua salpica las rocas de abajo, y la brisa eleva la neblina, envolviendo el paisaje en una atmósfera mágica y etérea.
El área escénica cuenta con escaleras y pasarelas de madera bien acondicionadas, lo que permite a los visitantes completar un recorrido circular de menos de 3 kilómetros de ida y vuelta, en aproximadamente una hora. Es la mejor manera de sumergirse rápidamente en la belleza natural de Nyingchi y una opción ideal para quienes visitan el Tíbet por primera vez.
